viernes, 7 de diciembre de 2007

Miguel

Llovió hasta el amanecer. Monteadentro surge de un montón de nubes blancas, densas y perezosas.

Muy temprano llegó la señora Marta. Su rostro carga el peso de la vida.

-Profe, vengo para que reciba a Miguelito en cuarto. Lo tenía estudiando en el Cristo, pero hace dos meses me lo llevé para Ranchadero y ahora me tocó venirme para acá—

Miguel viene con el uniforme unificado y una buena dosis de tristeza. Mira a quienes hace uno o dos años fueron sus compañeros y se aferra al brazo de su madre.

Miguel, de diez años no cumplidos, pero que aparenta menos por su menuda contextura, es uno de los miles o de los millones de niños colombianos que sufren los rigores de la inestabilidad de los hogares.

Un padre y una madre que siempre buscaron que prevalecieran sus intereses sobre los derechos de sus hijos.

Y uno hijos (cuatro o cinco) que miran cómo se distancian para trazarles el mapa del abandono con sus terribles e inhumanas consecuencias.

Miguel desde hoy es un estudiante del cuarto nivel. Aspiro que durante estos días se acerque un poco al aprendizaje como un acto de felicidad.

Considero que más que mi reto, es mi deber. (02/11/07)

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