jueves, 20 de septiembre de 2007

Caer para levantarse con más fuerza.



Esta es una lección aprendida en el escenario del teatro callejero.
Duván un niño de diez años que sueña con ser teatrero retoma los talleres de zancos desde hace dos semanas. Hoy superamos el espacio de la cancha de micro fútbol y el trazado del sendero a recorrer incluyó un camino de herradura y el carreteable de acceso a la vereda.
En la cuesta empinada del camino de tierra amarilla cayó una vez. Sin embargo, por la pendiente del terreno y la suerte al encontrar un recodo de prado resultó de poco impacto.
Ya en el segundo tramo, un terreno recientemente arreglado por maquinaria y sobre el que depositaron pedrizco, llegó una caída en la cual poca ayuda pude prestar.
Analizada el incidente Duván me dice:
Me distraje un poco, además no estaba levantando sufientemente los zancos- Dos razones más que suficientes para originar un accidente.
Poniendo en práctica la teoría referente a protección en una caída, el estudiante salió bien librado. Pero una pequeña herida sobre el labio superior y algunos rasponazos en el rostro le quedaron como testimonio de su persistencia para ganar un metro de altura.
¿ Puede continuar? Le pregunté luego de atenderlo.
¡Claro, y con más fuerza!
¿Cuántas veces caemos y nuestras heridas son mucho menores que las experiementadas por el chico de esta historia y sin embargo, renunciamos a un nuevo intento?
Caemos de los zancos de la cotidianidad, de las alturas de las ilusiones que nos hemos metido en la cabeza o en el depósito de los afectos.
Duván nos recuerda, por lo menos a mí me hizo este favor, que si caemos debemos levantarnos con más fuerza y dejando atrás la levedad del dolor sentido, enfrentemos el resto del sendero con la madurez que nos traen los golpes.

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