viernes, 4 de mayo de 2007

Llevando las horas.


Una hora antes del meridiano por el camino frente a la escuela se ven subir mujeres hacia Monteadentro. Van solas. No se hacen acompañar, o por lo menos de lunes a viernes, los días de clase, no están los niños para este fin.
Llevan consigo mochilas, bolsos o pequeños sacos de fibra. Por la forma como los llevan se puede inferir que su peso no supera los tres kilos, pero su actitud es de cuidado y de rutinaria preocupación por guardar el contenido de aquellos continentes.
Durante mucho tiempo para mí resultó una incógnita esta cotidiana imagen.
Hasta que un viernes de marzo, gris y envuelto en una brisa muy fría me acerqué a una de ellas a quien después de saludar, le pregunté:
- ¿Qué es lo que lleva todos los días doña Erminda cuando pasa por aquí?
Y ella sin detener su marcha, no más que para entregar una risueña respuesta, dijo:
-Las horas, profesor-
La mujer continuó su camino y yo quedé con la duda que esperaba resolver el próximo lunes.
Esto no fue necesario, porque muy cerca estaba María Antonia, la hija de Erminda, quien al verme en actitud de ignorancia se apuró a instruirme:
-Las horas, profe, es el almuerzo para los obreros que trabajan con papá-




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