viernes, 7 de agosto de 2009

En el circo.




Luego de la recepción en La Garita, nos dirigimos al Restaurante de la Fundación. Compartimos el almuerzo en medio de la algarabía de los niños y jóvenes cucuteños que se benefician de este programa.

Salimos para el Palacio de la Cúpula Chata, sede del gobierno departamental. En la Sala Eustorgio Colmenares era la cita con el sr. Gobernador. Una espera de media hora ya que el funcionario estaba reunido con un político proveniente de Bogotá.

Y por fin. Sin aviso alguno hizo su entrada y presidió la mesa de juntas, invitando a los niños y las niñas a acompañarlo. Les expresó su alegría por tenerlos allí y les reafirmó su voluntad de continuar trabajando para mejorar las condiciones de vida de los infantes nortesantandereanos. Bromeó y luego preguntó si ya les habían ofrecido un refrigerio. Muy cordial fue este encuentro y luego de las fotos, partimos para la cancha de El Páramo. Le correspondía a un equipo de la Fundación Pardini enfrentarse con su similar de la Fundación Esperanza de Ser.

Pero la gran expectativa estaba en cada rostro por saber a qué horas partiríamos para el circo.

Superadas algunas dificultadas de transporte, lento por la hora de la tarde y el sector por el que transitábamos, apareció la carpa como un imperio en cuya fachada multicolor, muchas luces daban la apariencia de espectacularidad.

Las gradería llenas. Muchos niños acompañados por sus padres, ya disfrutaban de los números correspondientes a la primera parte del programa.

La segunda, a la que llegábamos, comenzó con el número de los leones. Después unas bailarinas. Un espectáculo en bicicletas, presentado por dos hermosas mujeres y el anunciado y terrorífico número de los motociclistas suicidas. Siete jóvenes dentro de una espera de malla metálica, con un diámetro no mayor a siete metros hicieron delirar a los asistentes. Un tejido de vértigo y peligro que como lo anunció el presentador, sería difícil de olvidar.

Otro momento y otro espacio para aprender mientras nos divertíamos.

Cumplida la agenda, con algunos retrasos, emprendimos el regreso a Pamplona y al notar que paulatinamente los pequeños fueron acomodándose para dormir en las sillas del bus, o recostados unos a otros, comprobé que la jornada había sido fructífera y empezaba a cobrar el merecido descanso, justo premio a un día de aventuras y emociones.

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